
El pasado jueves en Tele 5 tenía lugar en prime time la última Gala de Gran Hermano, que ponía fin a la décima edición del famoso reality. Por muy fiera que fuera la competéncia en otras cadenas, la audiéncia alimentó el Gran Ojo con más de un 30% de share. Son las mejores cifras del programa desde 2006, y eso confirma que el formato sigue pareciendo atractivo ante el panorama televisivo. De hecho, las audiéncias crecieron en la franja de late night, con la entrevista que se llevó a cabo al término de la Gala.
¿Qué hay de destacable de esta décima entrega de Gran Hermano? Sin duda, el ganador del concurso, un tal Ivan, ha perdido en términos de popularidad ante la incombustible presentadora del espacio: Mercedes Milá. Defensora a muerte del formato reality y concretamente de Gran Hermano en tanto que experiéncia sociológica, Milá ha sido desde anteriores ediciones más que una presentadora. Consejera, padrina y árbitro son algunos de los roles que ha venido jugando. Sin embargo, esta décima edición se recordará como aquélla en la que Mercedes Milá aparecía con vestidos tradicionales autonómicos distintos cada semana. Sus trifulcas con los concursantes han sido, como siempre, notables. Destaca la que la enfrentó con Mirentxu, la concursante de más edad que ha pasado jamás por un Gran Hermano.
Pero el mensaje que quedó grabado en las mentes de los televidentes, absortos por el poder del Gran Ojo, fué el que lanzó Milá al finalizar el programa: Gran Hermano 11 será el inicio de una nueva era. Esta afirmación enigmática y profética no pudo más que provocarme un escalofrío al escucharla. ¿Hace falta recordar que España lidera el número de Gran Hermanos emitidos hasta la fecha? Me pregunto hasta qué punto tendrán que esforzarse los productores y responsables del programa para mantener las audiéncias de la décima. Los conflictos de convivencia volverán, y en mayor número... muy pronto.
Imagen sacada de "Tolkien-online.com"
Gala de Gran Hermano
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